domingo, 10 de junio de 2012

La decisión de Alonso Hernández de Carrión

Tras veinticuatro días de continuas escaramuzas con los indígenas en los que las tropas de la Corona  habían perdido a mas de la mitad de sus hombres, Alonso Hernández de Carrión creyó llegado el momento de tomar una decisión.
Curtido en las campañas de Italia donde había conseguido el grado de capitán, no era hombre acostumbrado a quedarse de brazos cruzados observando sin hacer nada, viendo como poco a poco aquellos salvajes diezmaban a sus hombres.
Invisibles. Esquivos. Tenían a su favor la selva cercana. Territorio inexpugnable donde el adentrarse podría llegar a considerarse un premeditado suicidio. Surgían de entre las sombras de las altas ramas... se deslizaban y tras un movimiento sigiloso desaparecían de la misma manera en la que habían llegado, dejando tras de si un par de degollados y algunos heridos.
Revisó mentalmente la situación.
Acampados cerca de la playa tras un vallado que de bien poco servia para retener a los fantasmas.
La comida no era un problema. El agua si. La munición para las armas de fuego hacia ya tiempo que se había agotado. De los doscientos cuarenta hombres que desembarcaron, ahora apenas quedaba noventa sanos y un puñado de heridos y mutilados curando aun sus heridas.
Llevaba toda la noche sin dormir. Quizá llevaba días sin dormir. Ya ni lo recordaba.
A lo lejos, recortando su silueta a la luz del alba, La Salmantina se mostraba como la única salvación.
Era absurdo aquello. Tan lejos de la tierra que le vio nacer.. de sus compañeros de niñez... de su amada. ¿Seguiría ella allí a su regreso?
Imaginó que no.
Demasiado tiempo.
¿Cuanto llevaban ya inmersos en aquella locura?
¿Dos años? ¿Tres?
Ya no lo recordaba. Los días habían dejado de tener sentido en aquellas tierras donde no existían ni veranos ni inviernos, donde el sol y la noche se repartían su dominio con rigurosa exactitud.
Volvió nuevamente su vista a la carraca anclada a unos metros:
Aquello tenia que acabar ya de alguna manera.
Entre las sombras se acercó al lugar donde dormían los hermanos Ruiz.
Habían servido bajo sus ordenes en Pavia y sabia perfectamente que podía depositar en ellos su propia alma.
Los despertó y juntos  remaron entre las luces de la mañana rumbo al barco.
Alonso Hernández de Carrión subió solo y ordeno a la guardia que abandonaran sus puestos y bajaran para dirigirse a tierra firme.
¿Dejar sin vigilancia la nave? .- Espetó el pequeño Trujillo.
Alonso no le contestó. Bastó una mirada tan firme como la mas tajante de las ordenes.
Al rato, él mismo se le unió en el bote y tomó el timón.
Vamos a la playa.- Indicó.
Lentamente fueron alejándose. Batiendo el agua con los remos. Envueltos entre los graznidos de las gaviotas.
Observando como las llamas pintaban de fuego las tranquilas aguas del océano, consumiendo lo único que les unía a lo que una vez fueron sus vidas.
Liberándoles del miedo a avanzar.











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